Llegamos temprano a la esquina de Santa Fe y Scalabrini Ortiz, para emprender nuestro paseo por el Jardín Botánico. Aprovechamos los días más soleados para programar nuestra salida y debemos decir que fue ¡grandiosa! No teníamos noción de todo lo que íbamos a descubrir. Conscientes de que es un lugar para preservar al medio ambiente, nos ocupamos de llevar la cámara de fotos y de vestirnos de manera cómoda para recorrer pequeños senderos que nos permiten visitar las 7 hectáreas que forman el parque.
Detalle: la escultura “Los primeros fríos” muestra a un anciano que protege a una niña. Esta obra fue galardonada numerosas veces y conmueve por la precisión.
El Jardín está regado de obras de arte: fuentes, bustos y esculturas para todos los gustos. Además, está dividido por sectores. Uno de ellos reúne flora de los distintos continentes. El área más imponente es la que se ocupa de la flora argentina y es muy interesante lo que allí se descubre.
Continuamos el recorrido y observamos diferentes estilos. Un habitué de la zona nos comenta que en el Botánico hay sectores que dan ejemplo de los diversos paisajes que existen: simétrico, pintoresco y mixto. De esta forma, entendimos las diferencias y nos abocamos a observar las similitudes.
Un poco entusiasmados por el ejercicio de diferentes hojas, tallos y flores, ingresamos en los cinco invernáculos que hay en el lugar. Cada uno se ocupa de un tema diferente: la multiplicación de las especies, por ejemplo, es uno de ellos.
Nuestra discusión se mantuvo durante toda la mañana, mientras nos delatábamos en nuestros gustos: ¿qué gustó más: el jardín francés o el italiano? Sí, el Botánico agrega a sus innumerables propuestas, dos jardines que representan estos estilos. Debo reconocer que el italiano me gustó más, pero el francés está encantador.
Hablando de Francia, varios pasos más adelante, nos sorprendimos con un invernáculo, que según cuenta la historia, fue traído directamente desde ese país a principios del siglo pasado.
Rincón: el Jardín Botánico cuenta con una biblioteca abierta a todo el público, con más de seiscientas obras nacionales e internacionales. Ideal para descubrir el verde mundo que nos rodea.
Uno de los grupos de plantas que más se halla es el cactus. Es más que interesante aprender acerca de ellos. Uno va por la vida creyendo que con poco agua sobrevivirá, pero es fascinante entender su formación, observar el tallo, las espinas y las ¡flores! Hay más de 2500 especies, y diremos que contamos con las manos los que animamos a reconocer.
Importante: el lugar cierra por mal tiempo y en algunos feriados. Antes de programar tu visita, verificá la información en la página del jardín.
Influenciado por una importante cadena de alimentos, el Botánico destaca también una especie por mes. En suerte, nos encontramos con la Plumeria rubra.
Emocionados continuamos el camino y nos encontramos con una superficie de 300 m2 repleta de verduras y hortalizas. Habíamos llegado a la Huerta. Un taller programado reúne a vecinos (niños y adultos) que la mantienen cotidianamente. Además, en el curso brindan información acerca de cómo reciclar la basura orgánica y aprovechar los deshechos de la mejor manera.
Curiosidad: el nombre del Botánico es Carlos Thays, un notable que se encargó de proyectar una gran cantidad de parques que hoy se pueden visitar en Buenos Aires.
El Jardín no para de sorprendernos, queremos más. Tiene historia, tiene verde, tiene un sinfín de actividades y talleres gratuitos para todas las edades, tiene planes de educación y, sobre todo, tiene la contradicción de ser un espacio tan puro en medio de una ciudad tan imponente como Buenos Aires.
Texto: Milagros Schroder